"La lectura es la gimnasia del cerebro. El faro que alumbra el camino hasta el puerto de la razón. Un libro es, ante todo, una brújula que evita que nos desorientemos en el vasto territorio de la vida."
La bailarina y el inglés, Emilio Calderón.

martes, 21 de febrero de 2012

Sinsajo.

Así que, después cuando me susurra:
- Me amas. ¿Real o no?
Yo respondo:
- Real.

Sinsajo, Suzanne Collins.

Sinsajo.

- Tu color favorito... ¿es el verde?
- Sí -respondo, y entonces se me ocurre algo que añadir-. Y el tuyo es el naranja.
-¿Naranja? -repite él, poco convencido.
-No el naranja chillón, sino el suave, como una puesta de sol -respondo-. Al menos, eso me dijiste una vez.
-Ah -responde él, y cierra los ojos un momento, quizá para intentar imaginar esa puesta de sol; después asiente-. Gracias.
Pero me salen más palabras.
- Eres pintor. Eres panadero. Te gusta dormir con las ventanas abiertas. Nunca le pones azúcar al té. Y siempre le haces dos nudos a los cordones de los zapatos.
Después me meto en la tienda antes de hacer alguna estupidez, como llorar, por ejemplo.



Sinsajo, Suzanne Collins.

Sinsajo.

Me pongo de pie, vuelvo a los árboles y apoyo la mano en el rugoso tronco del arce en el que están los pájaros. No he cantado El árbol del ahorcado en voz alta desde hace diez años porque está prohibido, pero recuerdo todas las palabras. Empiezo en voz baja, dulce, como hacía mi padre.
¿Vas, vas a volver
al árbol en el que colgaron
a un hombre por matar a tres?
Cosas extrañas pasaron en él, 
no más extraño sería
en el árbol del ahorcado reunirnos al anochecer.
Los sinsajos empìezan a cambiar sus canciones al darse cuenta de mi nuevo ofrecimiento.
¿Vas, vas a volver
al árbol donde el hombre muerto
pidió a su amor huir con él?
Cosas extrañas pasaron en él,
no más extraño sería
en el árbol del ahorcado reunirnos al anochecer.
Ya he captado la atención de los pájaros. Sólo tardarán otra estrofa en entender la melodía, ya que es sencilla y se repite cuatro veces sin mucha variación.
¿Vas, vas a volver
al árbol donde te pedí huir
y en libertad juntos correr?
Cosas extrañas pasaron en él,
no más extraño sería
en el árbol del ahorcado reunirnos al anochecer.
Los árboles callan, sólo se oye el susurro de las hojas con la brisa, pero nada de pájaros, ni sinsajos ni otros. Peeta tiene razón: guardan silencio cuando canto, igual que hacían con mi padre.
¿Vas, vas a volver
al árbol con un collar de cuerda
para conmigo pender?
Cosas extrañas pasaron en él,
no más extraño sería
en el árbol del ahorcado reunirnos al anochecer.
Los pájaros esperan a que siga, pero ya está, última estrofa.

Sinsajo, Suzanne Collins.

El vals lento de las tortugas.

- ¿Y existe alguna otra cosa que te hayas jurado tener? - preguntó sintiendo que aquel momento era precioso, que ella había bajado la guardia.
- Sí - respondió ella, sin temblar, sabiendo perfectamente a qué se refería él, pero rechazando responderle.
No dejaban de mirarse fijamente.
- ¿Como qué?
- Not your business!
- Sí. Dímelo...
Él esbozó una sonrisita enigmática, como si reconociera que ella podría tener razón, pero que el asunto no estaba todavía resuelto. Ni mucho menos. Siguió después un minuto de gran solemnidad que les llevó a un terreno en el que todavía no habían entrado nunca: el del abandono. Se analizaban el interior del alma, el terciopelo del corazón y podían decirse, aunque sin pronunciar palabra, lo que pensaban exactamente. Se lo dijeron con los ojos. Como si aquello no existiera o debiera existir todavía. Bailaron dos pasos de tango con ese terciopelo del corazón, se besaron dulcemente en la boca del alma, y después volvieron al ruido de los coches en la calle y los peatones que perdían su donut al correr.

El vals lento de las tortugas, Katherine Pancol.

El vals lento de las tortugas.

Tenía el pelo rubio muy fino, la piel pálida, un carmín oscuro que dejaba marcas en su vaso. Parecía una guirnalda de besos rojo sangre. Bebía una cerveza tras otra. Encadenaba los cigarrillos.

El vals lento de las tortugas, Katherine Pancol.

El vals lento de las tortugas.

- Mi querida Hortense - le había ducho Gary un día que bajaban Oxford Street -, deberías ir a psicoanalizarte, eres un mostruo.
- ¿Porque digo lo que pienso?
- ¡Porque te atreves a pensar lo que piensas!
- Ni hablar, perdería mi creatividad. No puedo convertirme en un ser normal, ¡quiero ser una neurótica genial como mademoiselle Chanel! ¿Acaso crees que ella fue a psicoanalizarse?
- No lo sé, pero me voy a informar.
- Tengo mis defectos, los conozco, los comprendo y me los perdono. Punto final. Cuando no haces trampas contigo mismo, tienes respuestas para todo. Es la gente que se monta películas la que va a tumbarse ante un psicólogo. Yo me asumo. Me quiero. Creo que soy una chica formidable, guapa, inteligente, dotada. No vale la pena que me esfuerce para gustar a los demás.
- Lo que yo decía: eres un monstruo.
- ¿Puedo decirte algo, Gary? He visto tantas veces cómo embaucaban a mi madre, que me he jurado embaucar al mundo entero antes de que me toque un solo pelo.
- Tu madre es una santa y no merece tener una hija como tú.
- ¡Una santa que ha hecho que me horroricen la bondad y la caridad! Me ha servido de psicólogo inverso: me ha instalado en todas mi neurosis. Y de hecho se lo agradezco, sólo afirmándose diferente, resultantemente diferente y liberada de todo sentimiento, se tiene éxito.
- ¿Éxito en qué, Hortense?
- Avanzas, no pierdes el tiempo, te liberas, reinas y ganas mucho dinero haciendo lo que quieres. Como mademoiselle Chanel, te digo. Cuando haya tenido éxito. me convertiré en humana. Será mi hobby, una ocupación deliciosa.
- Será demasiado tarde. Estarás sola, sin amigos.
- Eso es fácil de decir para ti. Has nacido con un juego de cucharitas de oro en la boca. A mí me toca remar, remar y remar...
- ¡No tienes muchos callos en las manos para ser una remera!
- Los callos los tengo en el alma.
- ¿Tienes alma? Es bueno saberlo.

El vals lento de las tortugas, Katherine Pancol.

El vals lento de las tortugas.

¿Y qué se hace cuando el amor cava un agujero en el corazón, un agujero tan grande que parece de obús, tan grande que se podría ver el cielo a través?, se preguntaba Joséphine de camino a su cita con Luca. ¿Quién podrá decirme lo que siente por mí? No me atrevo a decirle "le quiero", tengo miedo de que sea una palabra demasiado importante. Sé muy bien que en mis "le quiero" hay un "¿me quiere usted?" que no me atrevo pronunciar, por miedo a que se aleje con las manos en los bolsillos de su parka. ¿Una mujer enamorada es forzosamente una mujer inquieta, dolorida?

El vals lento de las tortugas, Katherine Pancol.

El vals lento de las tortugas.

- Qué guapa eres - sonrió Joséphine revolviendo el pelo de Zoé -. Deberías cepillarte el pelo, se te va a enredar.
- Me gustaría ser un koala... Así no tendría que peinarme.
- ¡Ponte recta!
- ¡La vida es dura cuando no se es un koala! - suspiró Zoé incorporándose.

El vals lento de las tortugas, Katherine Pancol.

El vals lento de las tortugas.

- Mamá, no quiero ser mayor. A veces tengo mucho miedo, ¿sabes?...
- ¿De qué?
- No lo sé. Y eso me da más miedo aún.
Su reflexión era tan exacta que asustó a Joséphine.
- Mamá..., ¿cómo se sabe cuando una es adulta?
- Cuando se es capaz de tomar una decisión muy importante completamente sola, sin preguntar nada a nadie.
- Tú eres adulta... ¡Eres incluso muy, muy adulta!
A Joséphine le hubiese gustado decirle que ella dudaba a menudo, que dejaba actuar a la suerte, al azar, al futuro.

El vals lento de las tortugas, Katherine Pancol.