Tenía una belleza sorprendente, pero de una forma jamás podría funcionar en el mundo real.
El sustituto, Brenna Yovanoff.
"La lectura es la gimnasia del cerebro. El faro que alumbra el camino hasta el puerto de la razón. Un libro es, ante todo, una brújula que evita que nos desorientemos en el vasto territorio de la vida."
La bailarina y el inglés, Emilio Calderón.
domingo, 9 de septiembre de 2012
Codicia
No quiero que pienses que soy un bicho raro. Aunque no puedo culparte si lo haces.
Codicia, J. R. Ward.
Codicia, J. R. Ward.
Amante mío
Sus bocas se unieron por fin en un medio del tiempo detenido, suavidad contra suavidad, tibieza contra tibieza.
Amante mío, J. R. Ward.
Amante mío, J. R. Ward.
Amante mío
Nunca puedes saber hasta qué punto la sencilla decisión de girar a la derecha o a la izquierda en un cruce puede cambiar las cosas. Algunas veces, las decisiones no tienen transcendencia alguna, pero otras, en cambio... te llevan a lugares inesperados.
Amante mío, J. R. Ward.
Amante mío, J. R. Ward.
Si decido quedarme
Y en cualquier caso pierdes. ¿Qué puedo decirte? El amor es una mala arpía.
Si decido quedarme, Gayle Forman.
Si decido quedarme, Gayle Forman.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven
Recuerda algo tan sencillo como que querer es siempre más valioso que te quieran.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven, Albert Espinosa.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven, Albert Espinosa.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven
Pero lo importante es que durante tres noches pararemos el mundo.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven, Albert Espinosa.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven, Albert Espinosa.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven
El sol comenzaba a huir como siempre a esas horas.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven, Albert Espinosa.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven, Albert Espinosa.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven
Aprender a caer antes que a caminar.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven, Albert Espinosa.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven, Albert Espinosa.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven
Lo miré y supe que existen instante en la vida en los que hay que decir la verdad y otros en los que hay que mentir...
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven, Albert Espinosa.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven, Albert Espinosa.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven
Olvidarse de reñir, un olvido imperdonable a cualquier edad. Un pecado mortal en la infancia...
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven, Albert Espinosa.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven, Albert Espinosa.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven
Si quieres mucho, amas, es el grado superior, es automático, no busques más...
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven, Albert Espinosa.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven, Albert Espinosa.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven
Creo que en aquel instante descubrí que el mundo era injusto. A partir de ahí he sido testigo de tantas injusticias que he dejado de contarlas y he convivido con ellas sin inmutarme.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven, Albert Espinosa.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven, Albert Espinosa.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven
Me las susurré a mí mismo suavemente, dulcemente...
Pero es difícil gozar con un <<Te quiero>> propio.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven, Albert Espinosa.
Pero es difícil gozar con un <<Te quiero>> propio.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven, Albert Espinosa.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven
A mi no me gusta la danza, pero me encanta ver cuerpos en movimiento y música desconocidas puestas al ritmo de una coreografía.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven, Albert Espinosa.
Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven, Albert Espinosa.
Agua para elefantes
Estoy tan lleno de amor que se me desborda, que estallo.
Agua para elefantes, Sara Gruen.
Agua para elefantes, Sara Gruen.
El primer día
El tiempo no lo borra todo, algunos instantes permanecen intactos en nuestras memorias sin que sepamos por qué lo hacen unos más que otros. Quizá sean algunas confidencias sutiles que la vida nos ofrece en silencio.
El primer día, Marc Levy.
El primer día, Marc Levy.
El primer día
Creo que una historia se teje así, con una sucesión de pequeños instantes, hasta que te da un día el placer de un futuro compartido.
El primer día, Marc Levy.
El primer día, Marc Levy.
El primer día
Cuando buscamos en lo infinitamente grande un punto infinitamente pequeño, una fuente de luz por muy alejada que esté, cuando esperamos un ruido llegado del fondo del universo, no hay más que una cosa de la que estamos seguros: nuestra ansia por descubrir.
El primer día, Marc Levy.
El primer día
Hay día iluminados por pequeñas cosas, por nimiedades que te hacen increíblemente feliz: una sobremesa con risas, un juguete de la infancia que aparece en la estantería de un anticuario, una mano que aprieta la tuya, una llamada que no esperabas, unas palabras dulces, tu hijo que te abraza sin pedir otra cosa que un momento de amor... Hay días iluminados por pequeños momentos de gracia, un aroma que te alegra el alma, un rayo de sol que entra por la ventana, ruido de un chaparrón cuando estás todavía en la cama, las aceras nevadas o la llegada de la primavera y sus primeros brotes.
El primer día, Marc Levy.
El primer día, Marc Levy.
El primer día
Hay días hechos de pequeñas conversaciones que acaban por llevarte a tomar decisiones.
El primer día, Marc Levy.
El primer día, Marc Levy.
El primer día
Son escasos los que están lo suficientemente locos como para llevar a cabo sus sueños, la sociedad les suele hacer pagar su originalidad. La sociedad es timorata y envidiosa.
El primer día, Marc Levy.
El primer día, Marc Levy.
El primer día
¿Llega un momento en la vida en el que la felicidad ha pasado o en el que ya no se espera nada? ¿Es eso envejecer? ¿En que ya no se habla más que del ayer, en que el presente no es más que un rasgo de nostalgia que se esconde púdicamente tras las carcajadas?
El primer día, Marc Levy.
El primer día, Marc Levy.
El primer día
Hay días hechos de nimiedades y que llenan el alma de melancolía, momentos de soledad de los que uno se acuerda durante mucho, mucho tiempo.
El primer día, Marc Levy.
El primer día, Marc Levy.
El primer día
Aquella noche no hicimos el amor. A priori todo parecía prestarse a ello, pero algunas veces, unas pocas noches en toda nuestra vida, hay algo más fuerte que el deseo que se acaba imponiendo a él. El miedo a la torpeza, el miedo a que se desabran tus sentimientos, el miedo al día siguiente y a los días que vendrán después.
El primer día, Marc Levy.
El primer día, Marc Levy.
El primer día
Aquel beso me supo a papel maché; era exactamente eso, un beso de papel donde en otro tiempo había soñado con escribir todo lo que sentía por ella. Hay algunos besos que hacen que tu vida entera se desequilibre. Incluso si uno no quiere, es así. Esos primeros besos me pillan por sorpresa, sin previo aviso. A veces eso sucede con el segundo beso.
El primer día, Marc Levy.
El primer día, Marc Levy.
El primer día
Hay días hechos de nimiedades, días en los que uno se acuerda mucho tiempo sin que pueda verdaderamente saber por qué.
El primer día, Marc Levy.
El primer día, Marc Levy.
El primer día
Al fin y al ccabo, ¿no es la felicidad aquello que todos perseguimos sin ser nunca realmente capaces de reconocerla?
El primer día, Marc Levy.
El primer día, Marc Levy.
Legado
Somos los vigilantes. Los espías. Los vagabundos. Caminamos en soledad por los rincones oscuros del mundo, y recordamos todo lo que es y lo que ha sido.
Legado, Christopher Paolini.
Legado, Christopher Paolini.
Legado
¿Qué es el tiempo, sino movimiento? ¿Y qué es el movimiento, sino calor? ¿Y no son el calor y la energía nombres que designan la misma cosa?
Legado, Christopher Paolini.
Legado, Christopher Paolini.
El principito
Las gentes tienen estrellas diferentes. Para algunos, lo que viajan, las estrellas son sus guías. Para otros, los sabios, son problemas. Para mi hombre de negocios, eran oro. Pero ninguna de esas estrellas habla. Tú, sin embargo, tendrás estrellas como nadie las ha tenido.
El principito, Antonie de Saint-Exupéry.
El principito, Antonie de Saint-Exupéry.
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El principito
El principito
- Cuando se ama a una flor y ésta se encuentra en una estrella, es muy agradable mirar el cielo por la noche. Todas las estrellas han florecido.
El principito, Antonie de Saint-Exupéry.
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El principito
- Lo esencial es invisible a los ojos.
El principito, Antonie de Saint-Exupéry.
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El principito
El principito
- ¿Y qué haces con las estrellas?
- ¿Qué que hago con las estrellas?
- Sí.
- Nada, poseerlas.
- ¿Tú posees las estrellas?
- Sí.
- Pero yo ya he visto un rey que...
- Los retes no poseen nada; ellos solamente reinan. Lo cual es muy diferente.
- ¿Y para que sirve poseer las estrellas?
- Me sirve para ser rico.
- ¿Y para que sirve ser rico?
- Para comprar otras estrellas.
- Si es que alguien las encuentran.
El principito, Antonie de Saint-Exupéry.
- ¿Qué que hago con las estrellas?
- Sí.
- Nada, poseerlas.
- ¿Tú posees las estrellas?
- Sí.
- Pero yo ya he visto un rey que...
- Los retes no poseen nada; ellos solamente reinan. Lo cual es muy diferente.
- ¿Y para que sirve poseer las estrellas?
- Me sirve para ser rico.
- ¿Y para que sirve ser rico?
- Para comprar otras estrellas.
- Si es que alguien las encuentran.
El principito, Antonie de Saint-Exupéry.
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El nombre del viento
Me arrodillé, abrí el estuche del laúd y saqué un pequeño fardo.
- Yo te he traído tomates, judías y una cosa especial. - Le tendí el saquito de piel en el que me había gastado casi todo mi dinero dos días atrás, antes de que empezara a tener problemas-. Sal marina.
Auri lo cogió y miró en su interior.
- Pero qué bonito, Kvothe. ¿Qué hay en la sal?
<<Restos minerales - pensé-. Cromo, basalio, malio, yodo... Todo lo que tu cuerpo necesita y seguramente no puede obtener de las manzanas, del pan ni de lo que consigues gorronear cuando no te encuentro.>>
- Sueños de peces - contesté -. Y canciones de marineros.
El nombre del viento, Patrick Rothfuss.
- Yo te he traído tomates, judías y una cosa especial. - Le tendí el saquito de piel en el que me había gastado casi todo mi dinero dos días atrás, antes de que empezara a tener problemas-. Sal marina.
Auri lo cogió y miró en su interior.
- Pero qué bonito, Kvothe. ¿Qué hay en la sal?
<<Restos minerales - pensé-. Cromo, basalio, malio, yodo... Todo lo que tu cuerpo necesita y seguramente no puede obtener de las manzanas, del pan ni de lo que consigues gorronear cuando no te encuentro.>>
- Sueños de peces - contesté -. Y canciones de marineros.
El nombre del viento, Patrick Rothfuss.
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El nombre del viento
Con el tiempo, y con considerable ayuda de Deoch y de Wilem, me emborraché.
Y así es como esa noche tres alumnos emprendieron el regreso, un tanto errático, a la Universidad. Mida cómo van, tambaleándose ligeramente. No se oye nada, y cuando la campana de la torre da la hora, ésta no rompe el silencio sino que lo sostiene. Los grillos también respetan el silencio. Sus cantos son como cuidadosas puntadas en su tela, casi demasiado pequeñas para ser vistas.
La noche los envuelve como cálido terciopelo. Las estrellas, luminosos diamantes en el cielo sin nubes, tiñen el camino por el que andan de un gris plateado. La Universidad e Imre son el centro del conocimiento y el arte, el más fuerte de los cuatro rincones de la civilización. Aquí, en el camino que las une, sólo hay árboles centenarios y larga hierba mecida por el viento. Es una noche perfecta, un tanto salvaje, casi aterradoramente hermosa.
Los tres muchachos, uno moreno, uno rubio y uno como el fuego, no se fijan en la noche. Quizás una parte de ellos sí lo haga, pero son jóvenes y están borrachos y ocupados sabiendo en el fondo de sus corazones que nunca crecerán ni morirán. También saben que son amigos, y comparten cierto amor que nunca los abandonará. Los muchachos saben muchas otras cosas, pero quizá ninguna tan importante como ésa. Quizá tenga razón.
El nombre del viento, Patrick Rothfuss.
Y así es como esa noche tres alumnos emprendieron el regreso, un tanto errático, a la Universidad. Mida cómo van, tambaleándose ligeramente. No se oye nada, y cuando la campana de la torre da la hora, ésta no rompe el silencio sino que lo sostiene. Los grillos también respetan el silencio. Sus cantos son como cuidadosas puntadas en su tela, casi demasiado pequeñas para ser vistas.
La noche los envuelve como cálido terciopelo. Las estrellas, luminosos diamantes en el cielo sin nubes, tiñen el camino por el que andan de un gris plateado. La Universidad e Imre son el centro del conocimiento y el arte, el más fuerte de los cuatro rincones de la civilización. Aquí, en el camino que las une, sólo hay árboles centenarios y larga hierba mecida por el viento. Es una noche perfecta, un tanto salvaje, casi aterradoramente hermosa.
Los tres muchachos, uno moreno, uno rubio y uno como el fuego, no se fijan en la noche. Quizás una parte de ellos sí lo haga, pero son jóvenes y están borrachos y ocupados sabiendo en el fondo de sus corazones que nunca crecerán ni morirán. También saben que son amigos, y comparten cierto amor que nunca los abandonará. Los muchachos saben muchas otras cosas, pero quizá ninguna tan importante como ésa. Quizá tenga razón.
El nombre del viento, Patrick Rothfuss.
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El nombre del viento
Quizá la mayor facultad que posee nuestra mente sea la capacidad de sobrellevar el dolor. El pensamiento clásico nos enseña las cuatro puertas de la mente, por las que cada uno pasa según sus necesidades.
La primera es la puerta del sueño. El sueño nos ofrece un refugio del mundo y de todo su dolor. El sueño marca el paso del tiempo y nos proporciona distancia de las cosas que nos han hecho daño. Cuando una persona resulta herida, suele perder el conocimiento. Y cuando alguien recibe una noticia traumática, suele desvanecerse o desmayarse. Así es como la mente te protege del dolor: pasando por la primera puerta.
La segunda es la puerta del olvido. Algunas heridas son demasiado profundas para curarse, o para curarse deprisa. Además, muchos recuerdos son dolorosos, y no hay curación posible. El dicho de que <<el tiempo lo cura>> es falso. El tiempo cura la mayoría de las heridas. El resto están escondidas detrás de esa puerta.
La tercera es la puerta de la locura. A veces, la mente recibe un golpe tan brutal que se esconde en la demencia. Puede parecer que eso no sea beneficioso, pero lo es. A veces, la realidad es sólo dolor, y para huir de ese dolor, la mente tiene que abandonar la realidad.
La última puerta es la de la muerte. El último recurso. Después de morir, nada puede hacernos daño, o eso nos han enseñado.
El nombre del viento, Patrick Rothfuss.
La primera es la puerta del sueño. El sueño nos ofrece un refugio del mundo y de todo su dolor. El sueño marca el paso del tiempo y nos proporciona distancia de las cosas que nos han hecho daño. Cuando una persona resulta herida, suele perder el conocimiento. Y cuando alguien recibe una noticia traumática, suele desvanecerse o desmayarse. Así es como la mente te protege del dolor: pasando por la primera puerta.
La segunda es la puerta del olvido. Algunas heridas son demasiado profundas para curarse, o para curarse deprisa. Además, muchos recuerdos son dolorosos, y no hay curación posible. El dicho de que <<el tiempo lo cura>> es falso. El tiempo cura la mayoría de las heridas. El resto están escondidas detrás de esa puerta.
La tercera es la puerta de la locura. A veces, la mente recibe un golpe tan brutal que se esconde en la demencia. Puede parecer que eso no sea beneficioso, pero lo es. A veces, la realidad es sólo dolor, y para huir de ese dolor, la mente tiene que abandonar la realidad.
La última puerta es la de la muerte. El último recurso. Después de morir, nada puede hacernos daño, o eso nos han enseñado.
El nombre del viento, Patrick Rothfuss.
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Las ardillas de Central Park están tristes los lunes
- Tenías razón... No hay nada extraordinario en estar en brazos de un chico de la Julliard School.
Él se apartó, sorprendido y furioso.
- ¿Cómo que <<nada extraordinario>>?
- ¡No! La rutina habitual..., creo incluso que prefiero al Gary de París o de Londres...
- Ah...
La miró un momento en silencio, confiado, preguntándose si bromeaba o no. Ella canturreaba, jugaba con los botones de su camisa haciendo la mueca de la que está un poco decepcionada.
Entonces él bramó me vas a volver loco, Hortense Cortès, ¡me vas a volver loco! La abrazó con fuerza y la besó como si su vida dependiera de ello.
La ardilla gris, en el umbral de la cabaña, les contemplaba royendo su cacahuete.
Debía de pensar que, al final, los lunes en Central Park no eran tan tristes...
Las ardillas de Central Park están tristes los lunes, Katherine Pancol.
Él se apartó, sorprendido y furioso.
- ¿Cómo que <<nada extraordinario>>?
- ¡No! La rutina habitual..., creo incluso que prefiero al Gary de París o de Londres...
- Ah...
La miró un momento en silencio, confiado, preguntándose si bromeaba o no. Ella canturreaba, jugaba con los botones de su camisa haciendo la mueca de la que está un poco decepcionada.
Entonces él bramó me vas a volver loco, Hortense Cortès, ¡me vas a volver loco! La abrazó con fuerza y la besó como si su vida dependiera de ello.
La ardilla gris, en el umbral de la cabaña, les contemplaba royendo su cacahuete.
Debía de pensar que, al final, los lunes en Central Park no eran tan tristes...
Las ardillas de Central Park están tristes los lunes, Katherine Pancol.
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