"La lectura es la gimnasia del cerebro. El faro que alumbra el camino hasta el puerto de la razón. Un libro es, ante todo, una brújula que evita que nos desorientemos en el vasto territorio de la vida."
La bailarina y el inglés, Emilio Calderón.

domingo, 11 de marzo de 2012

Leyendas: La ajorca de oro.

- No me preguntes por qué lloro, no me lo preguntes, pues ni yo sabré contestarte ni tú comprenderme. Hay deseos que se ahogan en nuestra alma de mujer, sin que los revele más que un suspiro; ideas locas que cruzan por nuestra imaginación, sin que ose formularlas el labio; fenómenos incomprensibles de nuestra naturaleza misteriosa, que el hombre no puede aun concebir.

Leyendas: La ajorca de oro, Gustavo Adolfo Béquer.

Leyendas: La ajorca de oro.

Ella era hermosa, hermosa con esa hermosura que inspira vértigo, hermosa con esa hermosura que no se parece en nada a la que soñamos en los ángeles y que, sin embargo, es sobrenatural; hermosura diabólica, que tal vez presta el demonio a algunos seres para hacerlos sus instrumentos en la tierra.
Él la amaba; la amaba con ese amor que no conoces freno ni límites; la amaba con ese amor en que se busca un goce y sólo se encuentra martirios, amor que se asemeja a la felicidad y que, no obstante, diríase que lo infunde el cielo para la expiación de una culpa.

Leyendas: La ajorca de oro, Gustavo Adolfo Bécquer.

Amante vengado.

Los componentes de la mentira siempre eran los mismo: la verdad objetiva era deformada, o escondida o completamente suplantada, con el propósito de engañar. Pero lo más turbio eran las motivaciones que se escondían tras esas falsificaciones.

Amante vengado, J. R. Ward.

Amante vengado.

Pero de vez en cuando, como por arte de magia, alguien lograba llegar hasta el fondo de tu alma y cambiaba tu forma de verte a ti mismo. SI tenías suerte, era tu pareja... y la trasformación te recordaba nuevamente que estabas con la persona correcta: porque lo que esa persona decía no te tocaba por venir de donde venía, sino por el contenido del mensaje.

Amante vengado, J. R. Ward.

Amante vengado.

- ¿Ehlena? Ehlena... ¿Estás ahí, Ehlena?
Más tarde, mucho más tarde, ella pensaría que esas tres palabras habían sido el precipicio desde el que había saltado: "¿Estás ahí, Ehlena?".
Realmente esas tres palabras fueron el comienzo de todo lo que siguió, el punto de partida de un viaje desgarrador, disfrazado bajo la forma de una sencilla pregunta.
Y Ehlena se alegró de no saber adónde la llevaría. Porque a veces lo único que te ayuda a salir del infierno es que ya estás demasiado hundida para sumergirte más.

Amante vengado, J. R. Ward.

Amante vengado.

El sonido de la voz de Ehlena en su oído hizo algo que no habían podido hacer ni el agua hirviendo, ni la manta de visón, ni la extravagante temperatura a la que mantenía el termostato. Una sensación de calidez se difundió por su pecho, superando el entumecimiento y el frío y llenándolo de... vida.

Amante vengado, J.R. Ward.