Ella era hermosa, hermosa con esa hermosura que inspira vértigo, hermosa con esa hermosura que no se parece en nada a la que soñamos en los ángeles y que, sin embargo, es sobrenatural; hermosura diabólica, que tal vez presta el demonio a algunos seres para hacerlos sus instrumentos en la tierra.
Él la amaba; la amaba con ese amor que no conoces freno ni límites; la amaba con ese amor en que se busca un goce y sólo se encuentra martirios, amor que se asemeja a la felicidad y que, no obstante, diríase que lo infunde el cielo para la expiación de una culpa.
Leyendas: La ajorca de oro, Gustavo Adolfo Bécquer.
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