- ¿Podríais decirnos cuál es la casa de Jeod?
- Sí, podría - respondió sin dejar de escribir.
- ¿Y nos lo diréis?
- Sí.
Pero se quedó en silencio mientras escribía más deprisa.
La rana que tenía en la mano croó y los miró con ojos torvos. Brom y Eragon esperaron incómodos, pero la mujer no dijo nada más. Eragon estaba a punto de soltar algo, cuando Angela levantó la vista.
- ¡Por supuesto que os lo diré! Lo único que tenéis que hacer es preguntarlo. La primera pregunta fue si "podría" o no decirlo, y la segunda, si lo "haría". Pero en realidad no me habéis hecho la pregunta.
- Pues dejadme que os la haga adecuadamente- dijo Brom con una sonrisa -. ¿Donde vive Jeod? ¿Y por qué tiene usted una rana?
- Bueno, ahora sí que nos entendemos - bromeó la mujer-. La casa de Jeod es la de la derecha. En cuanto a la rana... (bien, en realidad es un sapo) estoy intentando demostrar que los sapos no existen... que sólo hay ranas.
- ¿Cómo es posible que no existan los sapos si ahora mismo tenéis uno en la mano derecha? - interrumpió Eragon -. Además, ¿para qué sirve demostrar que sólo hay ranas?
La mujer movió la cabeza con fuerza y los oscuros rizos rebotaron.
- No, no, no comprendéis. Si demuestro que los sapos no existen, entonces este bicho es una rana y nunca fue un sapo. Por lo tanto, el sapo que ves ahora no existe. Y - levantó el meñique - si demuestro que sólo hay ranas, los sapos no podrás hacer nada malo, como provocar que se caiga un diente, que salgan verrugas, o envenenar y matar a las personas. Además, las brujas no podrán usar ninguno de sus hechizos porque, naturalmente, no habrá ningún sapo.
- Comprendo - dijo Brom con delicadeza.
Eragon, Christopher Paolini.
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