"La lectura es la gimnasia del cerebro. El faro que alumbra el camino hasta el puerto de la razón. Un libro es, ante todo, una brújula que evita que nos desorientemos en el vasto territorio de la vida."
La bailarina y el inglés, Emilio Calderón.

viernes, 23 de diciembre de 2011

La elegancia del erizo

Pues por usted, a partir de ahora buscaré los siempres en los jamases.
La belleza en este mundo.
La elegancia del erizo, Muriel Barbery.

La elegancia del erizo

Pensando en eso esta noche, con el corazón y el estómago hechos papillas, me digo que a fin de cuentas quizá sea eso la vida: mucha desesperación pero también algunos momentos de belleza donde el tiempo ya no es igual. Es como si las notas musicales hicieran una suerte de paréntesis en el tiempo, una suspensión, otro lugar aquí mismo, un siempre en el jamás.
Sí, eso es, un siempre en el jamás.
La elegancia del erizo, Muriel  Barbery.

La elegancia del erizo,

Por primera vez en mi vida, he sentido el significado de la palabra nunca. Pues bien, es horrible. Pronunciamos esa palabra cien veces al día pero no sabemos lo que decimos antes de habernos enfrentado a un verdadero "nunca más". El caso es que uno siempre tiene la ilusión de que controla lo que ocurre; nada nos parece definitivo. Por mucho que me dijera estas últimas semanas que pronto me iba a suicidar, ¿de verdad lo creía? ¿De verdad me hacía sentir esta decisión el significado de la palabra "nunca"? En absoluto. Me hacía sentir mi poder de decidir. Y pienso que, unos segundos antes de matarme, ese "nunca más" habría seguido siendo una palabra vacía. Pero cuando alguien a quien se quiere muere... entonces de verdad os digo que uno siente lo que significa, y hace mucho, mucho, mucho daño.  Es como un castillo de fuegos artificiales que se apagara de golpe y todo quedara negro. Me siento sola, enferma, me duele el corazón y cada movimiento me cuesta esfuerzos titánicos.
La elegancia del erizo, Muriel Barbery.

La elegancia del erizo

¿Quiere esto decir que así es como uno tiene que vivir su vida? ¿Siempre en equilibrio entre la belleza y la muerte, el movimiento y la desesperación? Quizás estar vivo sea esto: Perseguir instantes que mueren.
La elegancia del erizo, Muriel Barbery.

La elegancia del erizo

Señoras.
Señoras que salen una noche a cenar a un restaurante lujoso, invitadas por un adinerado y amable caballero, actúen en todo momento con la misma elegancia. Ya las sorprendan, las irriten o las desconcierten, conserven un mismo refinamiento en la impasibilidad y, ante palabras chocantes, reaccionen con la distinción que tales circunstancias requieren.
La elegancia del erizo, Muriel Barbery.

La elegancia del erizo

¿Qué guerra es esta que combatimos, seguros de nuestra derrota? Aurora tras aurora, extenuados ya de todas las batallas que aún están por venir, nos acompaña el espanto del día a día, ese pasillo sin fin que, en las horas postreras, será nuestro destino por haberlo recorrido tantas veces. Sí, ángel mío, así es el día a día: tedioso, vacío y anegado en desdicha. Las calles del infierno no le son nada ajenas; uno acaba allí un buen día por haber permanecido en ese pasillo demasiado tiempo. De una pasillo a las calles: entonces acontece la caída, sin sacudidas ni sorpresas. Cada día volvemos a experimentar la tristeza del pasillo y, paso tras paso, seguimos el camino de nuestra lúgubre condena.
La elegancia del erizo, Muriel Barbery.

La elegancia del erizo

Sí, ángel mío, sí que puedo. En las calles del infierno, bajo el diluvio, sin aliento y con el corazón en los labios, una tenue luz: son camelias.
La elegancia del erizo, Muriel Barbery.

La elegancia del erizo

Y, de repente, caigo en la cuenta de que estoy sentada en mi cocina, en París, en ese otro mundo en cuyo seno he cavado mi pequeño nicho invisible y con el que me he guardado muy mucho de mezclarme, y que lloro a lágrima viva mientras una niña de mirada prodigiosamente cálida sostiene mi mano entre las suyas y me acaricia con dulzura los dedos.
La elegancia del erizo, Muriel Barbery.

La elegancia del erizo

De taciturna me convertí pues en clandestina.
La elegancia del erizo, Muriel Barbery.

La elegancia del erizo

Pero ¿qué era lo magnífico? Yo no daba crédito: no era más que un capullo de rosa en el extremo  de un tallo que acababa de caer sobre la encimera. ¿Entonces?
Lo he comprendido al acercarme y al mirar el capullo de rosa inmóvil, que había concluido su caída. Es algo que tiene que ver con el tiempo, no con el espacio. Oh, claro, siempre es bonito un capullo de rosa que acaba de caer con un movimiento grácil. Es tan artístico: ¡dan ganas de pintarlo una y otra vez!
La elegancia del erizo, Muriela Barbery.

La elegancia del erizo

El movimiento, este fenómeno que uno cree que es algo espacial...
Pero al mirar este capullo y este tallo, he intuido en una milésima de segundo la esencia de la belleza.
La elegancia del erizo, Muriel Barbery.

La elegancia del erizo

La señora Michel tiene la elegancia del erizo: por fuera está cubierta de púas, una verdadera fortaleza, pero intuyo que por dentro, tiene el mismo refinamiento sencillo de los erizos, que son animalitos falsamente indolentes, tremendamente solitarios y terriblemente elegantes.
La elegancia del erizo, Muriel Barbery.
                                                                                       

La elegancia del erizo

En el calor de la sala, al borde del llanto, feliz como nunca me había sentido, sostuve su mano tibia por primera vez desde hacía meses. Sabía que una oleada inesperada de energía lo había hecho levantarse de la cama, le había dado la fuerza de vestirse, la sed de salir, el deseo de que una vez más compartiéramos ese placer conyugal, y sabía también que era señal de que quedaba poco tiempo, era el estado de gracia que precede al final, pero me importaba y sólo quería disfrutar de aquello, de esos instantes que le robábamos al yugo de la enfermedad, de su mano tibia en la mía y de las vibraciones de placer que nos recorrían a ambos porque, a Dios gracias, era una película cuyo sabor podíamos compartir.
Pienso que murió inmediatamente después. Su cuerpo resistió tres semana más todavía, pero su espíritu se extinguió al final del pase, porque sabía que era mejor así, porque me había dicho adiós en la sala oscura, sin anhelos desgarradores en exceso, porque había hallado la paz así, seguro de lo que nos habíamos dicho sin necesidad de palabras, mientras mirábamos juntos la pantalla iluminada en la que narraba una historia.
Yo lo acepté.
La caza del octubre rojo era la película de nuestro último abrazo.
La elegancia del erizo, Muriel Barbery.

lunes, 12 de diciembre de 2011

La elegancia del erizo

Su movimiento se anticipa a sí mismo. No sé muy bien cómo explicarlo, pero cuando te desplazas, de alguna manera ese movimiento hacia algo te desestructura: estás ahí y a la vez no estás porque ya estás yendo a otra parte, no sé si me explico. Para dejar de desestructurarse, habría que dejar de moverse por completo. O te mueves y ya no estás entero, o estás entero y no te puedes mover.
La elegancia del erizo, Muriel Barbery.

sábado, 10 de diciembre de 2011

La elegancia del erizo

Justo en este momento, mientras escribo, Constitución pasa por delante de mí arrastrando la tripa sobre el suelo. Esta gata no tiene ningún proyecto en la vida y sin embargo se dirige hacia algo, probablemente un sillón. Y eso se ve en su manera de moverse: va hacia algo, y recalco el "hacia". 
La elegancia del erizo, Muriel Barbery,

domingo, 4 de diciembre de 2011

Amante desatado

- No creo que pueda hacerlo. No creo que pueda vivir sin ella.
- ¿Acaso tienes alternativa?
"No - pensó V - Ninguna alternativa"
Pensándolo bien, esa palabra nunca debería aplicarse al destino de las personas. Nunca. La palabra 'alternativa' debía quedar relegada a la televisión y a las comedias.
Amante desatado, J. R. Ward.

La huella de un beso

Kurt volvía a ser el mismo de siempre. Por la mañana temprano durmió muy profundamente. A media mañana durmió bastante profundamente. A mediodía disfrutó de un sueño profundo. A media tarde durmió bastante profundamente. Al anochecer durmió muy profundamente. Y entretanto, Max lo arrastró dos veces a la calle y una, con el hocico por delante, hasta el recipiente de la comida. Probablemente, logró introducir esas actividades en el sueño sin llegar a despertarse.
La huella de un beso, Daniel Glattauer.

The host

''Cuando inhalé aire otra vez, vi las estrellas de nuevo, pero no me llamaban, sino que me dejaron marchar hacia ese negro universo por el que había vagado durante tantas vidas. Me deslicé en la negrura y ésta se volvió más y más brillante. Ya no era negra, sino azul. De un cálido, vibrante y brillante azul. Me deslicé en él sin temor'' (Me gusta porque el color azul, es el color de los ojos de Ian, y por eso no tiene miedo de adentrarse en la oscuridad ''azul''.)
The host, Stephenie Meyer.

El chico que imitaba a Roberto Carlos

¿Os gusta ir por la calle, y sorprender a una chica mirándoos, y que se sonroje y aparte la vista? A mi sí, porque piensas que le gustas y te sientes elegido, distinto y privilegiado, sientes que la gente puede quererte y hacerte caso, y por un rato caminas más erguido y más alegre y optimista, hasta que ya ha pasado suficiente tiempo desde que la chica te ha mirado y se ha ruborizado, y entonces te deshinchas un poco y vuelves a andar normal, ni sacando pecho ni cabizbajo, como siempre, relajado.
El chico que imitaba  a Roberto Carlos, Martín Casariego Córdoba.

Ángeles rebeldes

- En los libros, la verdad hace que todo sea bueno y agradable. La bondad prevalece. La maldad pierde. hay felicidad. Pero la vida no es así.
- No- le doy la razón-. Aquí la verdad sólo sirve para conocer las cosas.
Miramos el cielo y las nubes.
- ¿Por qué tenemos que preocuparnos tanto, entonces?- pregunta Ann.
- Porque la ilusión no dura siempre. Nadie tiene tanta magia.
Nos quedamos en silencio. Nadie se atreve a hacer una broma, a hablar de lo que nos ha sucedido o de lo que nos puede suceder. Estamos allí, juntas y en silencio. Y en ese momento entiendo que tengo amigas de verdad. Que algunas veces tu lugar no es algo que encuentras sino algo que tienes cuando necesitas.
Ángeles rebeldes, Libba Bray.

No es un crimen enamorarse

Ahora soy otro. He cambiado. Ya no tiemblo por dentro, como si tuviese un ataque de epilepsia, al cruzarme con ella en los pasillos, y alguna vez nos hemos saludado suavemente (cuando va con Ángela). Ya puedo verla casi con normalidad. Saber que no tiene por qué amarme, que ése es un tema archivado, me ha tranquilizado.
Sin embargo, creo que, en fondo, no lo he superado del todo. (No se lo digáis a nadie. Ni siquiera lo sabe Alberto).
Dicen que el criminal siempre vuelve al lugar del crimen. A veces, he pasado por su calle, y sólo por saber que ella vive allí y que puedo encontrármela en cualquier momento, el corazón se me pone a latir más deprisa.
Es que para mí fue algo muy profundo, a pesar de que no salí con ella.
Quizás os parezca una tontería.
No es un crimen enamorarse, José María Plaza.

La sombra del viento

- Mira que hay gente mala...
- Mala no; imbécil, que no es lo mismo. El mal presupone una determinación moral, intención y cierto pensamiento. El imbécil o cafre no se para a pensar ni a razonar. Actúa por instinto, como bestia del establo, convencido de que hace el bien, de que siempre tiene la razón y orgulloso de ir jodiendo, con perdón, a todo aquel que se le antoja diferente a él mismo, bien sea por el color, por creencia, por idioma, por nacionalidad, o por sus hábitos de ocio. Lo que hace falta en el mundo es más gente mala de verdad y menos cazurros limítrofes.
La sombra del viento, Carlos Ruiz Zafón.

Lo que el viento se llevó

- Basta-dijo Scarlett de pronto.
- Comprendes lo que estaba diciendo ¿verdad?- preguntó poniéndose en pie.
-No-exclamó-. Lo único que sé es que no me quieres y que te marchas. ¡Oh, amor mío! Si tú te marchas, ¿qué va a ser de mí?
Por un momento, Rhett vaciló como si se preguntase si no sería mejor una mentira piadosa que la verdad desnuda. Luego se encogió de hombros.
- Scarlett, nunca he sido de esas personas que recogen los pedazos rotos, los pegan y luego se dicen a sí mismos que el objeto compuesto está bien como el nuevo. Lo que está roto, roto está. Y prefiero recordarlo como fue a pegarlo y ver después las señales de la rotura durante toda mi vida. acaso, si yo fuera más joven...-Suspiró-. Pero soy demasiado viejo para creer en sentimentalismos, equivalentes a pasar una esponja y volver a empezar. Soy demasiado viejo para soportar la carga de mentiras corteses, que nacen de vivir en continua desilusión. No podría vivir contigo y mentirte, y mucho menos podría mentirme a mí mismo. Quisiera que me pudiese importar adónde vas o lo que quieres. Pero no puedo.
Lanzó un suspiro y añadió con suave indiferencia.
- Querida mía, me importa un comino.
Lo que el viento se llevó, Margaret Mitchell.

La orden de la academia Spence

- Ah..., esta 'gachí' es tuya. Disculpa, amigo.
Kartik se ríe.
- No es... - Se interrumpe-. Sí, es mía.
Me coge de la mano y me aparta del círculo.
Nos sigue un coro de silbidos y ovaciones. Otra mano me coge de la muñeca libre. Es del chico de la nariz grande que he visto antes.
- ¿Como sabemos que es tuya? No parece muy dispuesta - bromea -. A lo mejor me prefiere a mí.
Kartik vacila, lo suficiente para provocar parcas risas de sospecha entre los hombres. El otro muchacho me tiene cogida con fuerza y noto el miedo, frío y metálico, en la boca. No hay tiempo para recatos. Aquí no sirve la razón. Sin previo aviso, beso a Kartik. Sus labios, apretados contra los míos, me sorprende. Son cálidos, ligeros como el aliento, firmes como la piel de un melocotón contra mi boca. Un olor a canela quemada pende en el aire, pero no estoy teniendo una visión. Es su olor, que me ha impregnado. Un olor que me contrae el estómago. Un olor que aleja de mi cabeza todo pensamiento y lo sustituye por una irresistible sed de más.
La lengua de Kartik se desliza un momento entre mis labios, y me crispo. Me aparto, sin aliento, ruborizada. No puedo mirar a nadie; y menos a Felicity y a Ann. ¿Y ahora qué pensarán de mí? ¿Qué pensarían si supieran lo mucho que me ha gustado? ¿Qué clase de chica soy que disfruto con un beso que he dado con tal descaro, sin esperar a que me lo pidieran, como habría sido lo correcto?
Un hombre fornido se echa a reír.
- ¡Ya veo que es tuya!
- Sí - dice Kartik con voz ronca.
La orden de la academia Spence, Libba Bray.

Amante oscuro

De repente, sintió que un dolor sordo se instalaba en su corazón. Y no era a causa de la dureza que estaba mostrando con ella, sino porque se sentía defraudada. Realmente, había deseado que fuera diferente a lo que, en aquel momento, aparentaba. Había querido creer que aquellos arrebatos de calidez que le había mostrado formaban parte de él en la misma medida que su lado violento.
Puso su mano sobre el pecho, intentando alejar aquel dolor.
- Quisiera marcharme, si no te importa.
Un largo silencio se abrió paso entre ellos.
- Ah, diablos... - murmuró él, respirando lentamente -. Esto no está bien.
- No, no lo está.
- Pensé que te merecías... No sé. Una cita. O algo..., algo normal - Se rió con rudeza mientras ella lo miraba con sorpresa -. Una idea estúpida. Ya lo sé. Debería dedicarme a aquello en lo que soy experto. Estaría más cómodo enseñándote a matar.
Bajo su feroz orgullo, ella vislumbró que, en el fondo, había algo más. ¿Inseguridad? No, no era eso. Con él se trataría, naturalmente, de algo más intenso.
Autodesprecio.
Amante oscuro, J. R. Ward.

Amante eterno

Zsadist estaba sentado en la cama, con los anchos hombros echados hacia delante y los brazos cruzados alrededor de la cintura. Inclinado sobre el cuerpo durmiente de Rhage, permanecía tan cerca de él como era posible sin tocarlo. Se mecía adelante y atrás, y entonaba tenuemente una alegre canción.
El vampiro cantaba, su voz subía y bajaba, emitía octavas, se remontaba a las alturas y descendía a las profundidades. Hermosa. Absolutamente hermosa. Y Rhage estaba relajado, descansando con gesto pacífico como antes no había podido hacerlo.
Mary cruzó la habitación con rapidez y salió al pasillo, dejando solos a los dos hombres. A los dos vampiros.
Amante eterno, J. R. Ward.

Orgullo y prejuicio

Es una verdad mundialmente conocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa.
Orgullo y prejuicio, Jane Austen.

Romeo y Julieta

¡Romeo, Romeo! ¿Por qué eres tú Romeo? ¿Por qué no reniegas del nombre de tu padre y de tu madre? Y si no tienes valor para tanto, ámame, y no me tendré por Capuleto.
Romeo y Julieta, William Shakespeare. 

Los diarios de Carrie

Sin embargo, cada vez que me siento mal intento recordar lo que aquella niñita me dijo una vez. Tenía una personalidad increíble... y era tan fea que resultaba hasta mona. Y era evidente que ella lo sabía también.
- ¿Carrie? - preguntó - ¿Y si yo fuera una princesa en otro planeta y nadie de este mundo lo supiera?
Todavía ahora esa pregunta me desconcierta. Porque ¿acaso no es cierto? Seamos quien seamos, podríamos ser las princesas de algún otro lugar. O escritoras. O científicas. O presidentas. O cualquier otra cosa que queramos ser, aunque todos los demás no estén de acuerdo.
Los diarios de Carrie, Candace Bushnell.

El chico que imitaba a Roberto Carlos

- Todo va a ir bien, ¿qué te apuestas? Todo. Así que como te vuelvas a desanimar por cuatro pijadas, mejor que no me entere, porque te pongo las pilas. No olvides que lo penúltimo que se pierde es la esperanza.
- ¿No es lo último?
- No, lo penúltimo.
-¿Y qué es lo último?
- La vida
El chico que imitaba a Roberto Carlos, Martín Casariego Córdoba.

Amante despierto

Se encogió de hombros.
- Estar entre la espada y la pared es horrible. No te preocupes.
Amante despierto, J. R. Ward.

Alicia en el país de las maravillas

- ¿Podrías decirme, por favor, cuál es el camino para salir de aquí?
- Eso depende mucho de adónde quieras ir.
- No me importa mucho adónde...
- Entonces, tampoco importa qué camino sigas.
- ... siempre que vaya a algún sitio.
- ¡Ah, seguro que así es , si andas lo suficiente!
Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carrol.

Micro relato

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Micro relato de Augusto Monterroso.

Alicia en el país de las maravillas

—¿Qué clase de gente vive por aquí?
—En esta dirección — dijo el Gato, haciendo un gesto con la pata derecha — vive un Sombrerero. Y en esta dirección — e hizo un gesto con la otra pata— vive una Liebre de Marzo. Visita al que quieras: los dos están locos.
—Pero es que a mí no me gusta tratar a gente loca —protestó Alicia.
—Oh, eso no lo puedes evitar —repuso el Gato—. Aquí todos estamos locos. Yo estoy loco. Tú estás loca.
—¿Cómo sabes que yo estoy loca? —preguntó Alicia.
—Tienes que estarlo — afirmó el Gato—, o no habrías venido aquí.
Alicia pensó que esto no demostraba nada. Sin embargo, continuó con sus preguntas: —¿Y cómo sabes que tú estás loco?
—Para empezar —repuso el Gato—, los perros no están locos. ¿De acuerdo?
—Supongo que sí —concedió Alicia.
—Muy bien. Pues en tal caso —siguió su razonamiento el Gato—, ya sabes que los perros gruñen cuando están enfadados, y mueven la cola cuando están contentos. Pues bien, yo gruño cuando estoy contento, y muevo la cola cuando estoy enfadado. Por lo tanto, estoy loco.
—A eso yo le llamo ronronear, no gruñir —dijo Alicia.
—Llámalo como quieras.
Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carrol.

Los diarios de Carrie

El truco para ser una Abeja Reina no es necesariamente la belleza, sino el afán. La belleza ayuda, pero sin la ambición de llegar arriba y quedarse allí, la belleza solo te convertirá en una Abeja Dama de Honor.
Los diarios de Carrie, Candace Bushnell.

Amante confeso

La carretera puede alcanzarte. El viento siempre puede estar a tu espalda. El sol puede brillar y calentar tu cara y la lluvia caerá suavemente sobre tus campos.
Amante confeso, J. R. Ward.

Fenris, el elfo

Que los lobos aúllen por vosotros las noches de luna llena.
Fenris, el elfo, Laura Gallego.

Covet

No quiero que pienses que soy una rareza. Pero no te culparé si lo haces.
Covet, J. R. Ward

Corazón de tinta

Bailarín del fuego: Titiritero, tragafuego, caminante entre los mundos.
Corazón de tinta, Cornelia Funke.

La princesa prometida

Sostuvo en alto el libro.
- Te lo leeré en alto. Como distracción.
- ¿En él también hay deporte?
- Esgrima. Luchas. Tortura. Veneno. Amor verdadero. Odio. Venganza. Gigantes. Cazadores. Malas personas. Buenas personas. Mujeres bellísimas. Serpientes. Arañas. Dolores. Muerte. Hombres valientes. Hombres cobardes. Hombres fuertes como osos. Persecuciones. Fugas. Mentiras. Verdades. Pasiones. Milagros.
- Suena bien - repliqué.
La princesa prometida, William Goldman.

Amante consagrado

- Supongo que esto es lo mejor - dijo Blay contra su hombro -. No sabes cocinar.
- ¿Lo ves? No soy un príncipe azul.
Qhuinn podría haber jurado que Blay susurró "Sí, sí lo eres" pero no estaba del todo seguro.
Amante consagrado, J. R. Ward.

Clara dice

Todos tenemos un ángel.
Clara dice, Carlos Roncedo.

La ladrona de libros

Un secreto compartido con una silenciosa sonrisa.
La ladrona de libros, Markus Susak.

El retrato de Dorian Gray

He aprendido a amar el secreto. Parece ser la única cosa que puede hacernos la vida moderna, misteriosa o maravillosa. La cosa más vulgar nos parece deliciosa si alguien nos la oculta.
El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde.

La ladrona de libros

Esa noche la luna estaba zurcida al cielo, con puntadas de nube alrededor.
La ladrona de libros, Markus Zusak.

Dulce y lejano

Un erizo sale huyendo de detrás de un arbusto, dándome un buen sobresalto. Pasa como una flecha delante de nosotros, parece tener mucha prisa. Kartik hace un gesto de asentimiento hacia esa cosa peluda.
- No te preocupes por él. Ha salido para encontrase con su enamorada.
- ¿Cómo lo sabes?
- Porque lleva puesto su mejor traje de erizo.
- Ah, debería de haberme fijado - respondo, contenta de poder jugar a ese juego, a cualquier juego con él. Pongo una mano en el tronco de un árbol y doy la vuelta a su alrededor lentamente, dejando que mi cuerpo sienta el peso de la gravedad -. ¿Y por qué se ha puesto su mejor traje?
- Ha estado de viaje en Londres, ¿sabes?, y ahora ha vuelto para verla - continúa Kartik.
- ¿Y si ella está enfadada con él por haberla dejado sola durante tanto tiempo?
Kartik da vueltas detrás de mí.
- Ella le perdonará.
- ¿Ah, sí? - pregunto con mordacidad.
- Eso espera él, puesto que no era su deseo ofenderla - responde Kartik.
Ya no estoy segura de que estemos hablando del erizo.
Dulce y lejano, Libba Bray.

El retrato de Dorian Gray

Empezó a soñar sobre aquellos versos que dibujan musicalmente un mármol manchado de besos.
El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde.

El principito

Creo que el principito aprovechó una migración de pájaros silvestres para evadirse.
El principito, Antoine de Saint-Exupéry.

Quinta avenida

¿Por qué la vida no debería ser más fácil si puede serlo? Acepta lo bueno y al cuerno todo lo demás.
Quinta avenida, Candace Bushnell

Los ojos amarillos de los cocodrilos

Necesitaba llorar. No sabía por qué. Tenía demasiadas buenas razones. Ésta serviría. Buscó un trapo con la mirada, lo cogió y lo comprimió contra la herida.Me voy a convertir en fuente, en fuente de lágrimas, fuente de sangre, de suspiros...
Los ojos amarillos de los cocodrilos, Katherine Pancol.

Los ojos amarillos de los cocodrilos

Fuerza misteriosa que hay detrás de cada cosa.
Los ojos amarillos de los cocodrilos, Katherine Pancol.

La bailarina y el inglés

La lectura es la gimnasia del cerebro. El faro que alumbra el camino hasta el puerto de la razón. Un libro es, ante todo, una brújula que evita que nos desorientemos en el vasto territorio de la vida.
La bailarina y el inglés, Emilio Calderón.

El niño del pijama de rayas

Pero mientras lo pensaba, sus piernas, que no paraban de moverse, lo iban acercando más y más a aquel punto, que entretanto se había convertido en una manchita y empezaba a dar muestras de convertirse en un borrón. Y poco después el borrón se convirtió en una figura. Y entonces, a medida que Bruno se acercaba más, vio que aquella cosa no era ni un punto ni una manchita ni un borrón ni una figura, sino una persona.
Y que aquella persona era un niño.
El niño del pijama de rayas, John Boyne.

Los ojos amarillos de los cocodrilos

- ¿Qué es el deseo, mamá?
- Es cuando se está enamorado de alguien, cuando se tienen muchas ganas de besarle pero se espera, se espera, y toda esa espera es el deseo. Cuando no le has besado aún, cuando sueñas con él al dormirte, cuando te imaginas, cuando tiemblas imaginándote, y, es tan agradable todo ese tiempo en el que dices que, quizás, quizás le vas a besar pero no estás segura...
- Entonces te pones triste.
- No. Esperas, el corazón se llena con esa espera... y el día en que te besa... Entonces es como los fuegos artificiales en tu corazón, en toda tu cabeza, te dan ganas de cantar, de bailar y te enamoras.
- ¿Entonces ya estoy enamorada?
- Todavía eres pequeñas, tienes que esperar...
Los ojos amarillos de los cocodrilos, Katherine Pancol.

Y decirte alguna estupidez, por ejemplo, te quiero

El amor es una estupidez, lo tengo comprobadísimo. Vuelve a la gente medio estúpida y le cambia el carácter, y a lo mejor le hace más feliz, vale, pero eso no cambia nada, y por descontado que a los que ya son estúpidos no los vuelve inteligentes. Cuando voy por la calle y veo a alguien con una sonrisa bobalicona, pienso, ese tío debe de ser tonto de remate, pero a veces, cuando estoy en plan indulgente, añado para mis adentros: o estar enamorado de remate. Las declaraciones de guerra son aún peores que las declaraciones de amor, de acuerdo, pero eso no quita para que las de amor sean una estupidez. Además, las declaraciones de amor pueden acabar en guerra declarada o sin declarar.
Y decirte alguna estupidez, por ejemplo, te quiero, Martín Casariego Córdoba.

La mecánica del corazón

¡Soy la tortuga más firme del mundo! Me marcho a devorar la luna como un crep fosforescente.
La mecánica del corazón, Mathias Malzieu.

La ladrona de libros

Las llamas anaranjadas saludaban a la multitud mientras el papel y las letras impresas se consumían en su interior. Palabras en llamas arrancadas de sus frases.
La ladrona de libros, Markus Zusak.

Drácula

  •  - Doctor, usted que se porta tan bien conmigo, ¿por qué no me trae un poco más de azúcar? Me irá muy bien.
  • - ¿Para las moscas? - le pregunté.
  • - Sí, a mis moscas les encantan el azúcar, y como a mí me encantan ellas, también me encanta el azúcar. 
  • Para que después afirmen que los locos no son capaces de razonar. Le di doble ración y quedó más contento que un niño.